Los alimentos fermentados se llevan consumiendo desde muchísimos años. Sin embargo, a pesar de la antigüedad de su origen, hoy en día están entre las tendencias más populares dentro del ámbito de la nutrición por las múltiples propiedades que se les atribuye.
Pero, ¿por qué son tan consumidos? Los nutricionistas aseguran que los alimentos fermentados aportan muchos beneficios a nuestro cuerpo, especialmente a la microbiota o flora intestinal. Esto es porque la fermentación es la transformación que sufren los alimentos por la acción de las bacterias y las levaduras sobre los glúcidos que contienen.
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Durante este proceso, los azúcares se convierten en ácidos, gas o alcohol, que actúan como conservantes naturales. La fermentación se ha usado desde siempre como una forma de alterar las características bioquímicas de estos alimentos para impedir su deterioro, por causa del crecimiento de microorganismos indeseables.
Beneficios de los alimentos fermentados
El tracto gastrointestinal hace mucho más que manejar la digestión. Él está repleto de neurotransmisores que juegan un papel fundamental en nuestra salud. De hecho, se habla del intestino como un «segundo cerebro». Los probióticos que aportan los fermentados mejoran la salud intestinal y el bienestar general de nuestro organismo.
1. Los fermentados te nutren con vitaminas, minerales y enzimas: Ellos son una fuente excelente de nutrientes esenciales como vitaminas, minerales y enzimas. Te aportan, por ejemplo: Vitamina C, sobre todo los fermentos de repollo, col rizada y acelgas. Vitamina K2: en especial el natto, una forma de soja fermentada, rico en varias vitaminas del grupo B.
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2. Cuidan el intestino y refuerzan la inmunidad: pues un intestino sano es fundamental para mantener una salud óptima. Y para ello, los probióticos juegan un papel crucial en su buen funcionamiento y ayudan a producir anticuerpos frente a los patógenos.
3. Ayudan a mejorar la digestión, inflamación y prevenir el cáncer gastrointestinal: Es importante variar los alimentos fermentados para así obtener una amplia gama de bacterias beneficiosas. Que además, mejoran la digestión y reducen la inflamación al mantener, equilibrar y aumentar la diversidad de la flora intestinal
¿Cómo fermentar en 3 sencillos pasos?
Es de suma importancia que todo lo que utilicemos para la fermentación esté muy limpio, preferiblemente esterilizado en agua hirviendo. Las bacterias que contienen los recipientes son termófilas y no se mueren con el agua caliente, pero sí lo hacen otras que pueden ser nocivas y que pueden arruinarnos los alimentos.
1. Prepara las verduras: Cuanto más finas se pican o desmenuzan, más rápido fermentan y mayor es la cantidad que se pueden meter en un tarro. Puedes fermentar zanahorias, cebollas, rábanos, remolachas e incluso hojas enteras de col. Es principalmente una cuestión de preferencia personal y que se quiere hacer con el producto terminado. Dependiendo de la verdura, lávala y pélala como si fueras a comerla cruda.
2. Añadir salmuera: La sal tiene la función de prevenir el moho, mientras que favorece a las bacterias beneficiosas, dando como resultado un producto fermentado de textura crujiente. Es importante que los alimentos tengan suficiente salmuera, si quieres preparar un chucrut, por ejemplo, debes añadir 1 cucharada de sal marina al repollo picado, y masajear lo suficiente para deshidratar el vegetal, y así pueda liberar sus líquidos.
La clave aquí es que las verduras permanezcan sumergidas en la salmuera, ya que cualquiera que se quede expuesta al aire se pudrirá. La salmuera consiste en 1 cucharada de sal por cada taza de agua.
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3. Déjalo fermentar: Si usas un tarro de vidrio, aprieta la tapa hasta que se quede bien ajustada, pero no al máximo. Esto evitará la entrada de oxígeno, pero permite que el dióxido de carbono escape; de lo contrario, la presión puede acumularse hasta que se produzca una explosión (los recipientes específicos para la fermentación suelen tener un sello de agua para este propósito). Guárdalo en un lugar fresco y oscuro, idealmente donde la temperatura se mantenga entre 18 y 21 ºC.
El tiempo de fermentación dependerá del gusto de cada quien. Puedes dejar desde 3 a 6 días para un sabor suave y crujiente. Hasta 1 a 3 semanas para un sabor más fuerte.
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